27 mayo 2008

No siempre es así...



Muchas veces he pensado en si el tiempo, finalmente, siempre acaba poniendo las cosas en su lugar. Bien es verdad que a veces las pone, pero no siempre es así; y cuando no lo es, a veces, es injusto; y otras, doloroso. Así que he empezado a creer que la respuesta es no. Un no alto y claro; un no rotundo. Por mucho tiempo que pase. Por mucho que uno se empeñe en ello. Por mucho que uno intente propiciar que se den las circunstancias concretas. Por mucho que el hombre proponga, no siempre “eso” (llámese el destino, Dios, la vida, la alineación de los astros o como quieras llamarle) dispone lo mismo que tú; y entonces tus planes se van a tomar viento... Y cuando esto sucede, no hay nada que puedas hacer para remediarlo. No se puede luchar contra lo que es imposible luchar por muchas ganas, mucha fuerza o mucha necesidad que tengas.

Lo malo es la impotencia que eso te hace sentir. Impotencia por que las cosas no ocurran como querías. Por dejar, por tu culpa o no, cosas en el tintero. Por quedarte con la sensación de que dejas cosas sin resolver. En esos momentos, no sirve de mucho el pensar que es mejor así, que las cosas pasan o no porque tienen que pasar o no, sin más. Ni sirve pensar que dentro de un tiempo todo lo verás diferente, porque eso no consuela hoy. Ni tampoco sirve pensar que la ocasión que no te ha dado el tiempo te la puede dar un sueño en el que, de alguna manera, ese asunto pendiente queda resuelto y puedes liberarte de esa mala sensación. No sirve que se resuelva en un sueño si, a fin de cuentas, no se ha resuelto en la realidad, que es lo que vivimos. Al menos, nada de esto sirve al principio. Al menos, no me sirve a mi.

Así que no, definitivamente, no creo que el tiempo siempre te dé la oportunidad de poner las cosas en su sitio.


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14 mayo 2008

Alma...



Su nombre era Alma. Con treinta y pocos años, aquella mujer estaba en la flor de la vida. A los ojos de la gente, ella era la mejor, todos pensaban que su vida era perfecta, que siempre lo había sido. De pequeña siempre fue una niña responsable, quizá, más madura de la cuenta. Siempre se tomó muy en serio sus estudios. Así que creció y se convirtió en una mujer de provecho –aunque, en realidad, llevaba siéndolo toda la vida-.

Tenía un corazón enorme, belleza, un buen trabajo, y su familia y sus amigos eran lo más importante para ella. La adoraban. Todo el mundo la quería mucho. Así que no era de extrañar que todos pensaran que era muy feliz. Sin embargo, sus pasos habían sido tan políticamente correctos siempre que, a veces, sentía que su vida era como la marioneta que jamás podrá controlar sus movimientos porque sus hilos los manejan manos ajenas.

Todos pensaban que era feliz con la vida que llevaba, pero Alma sentía que su alma se tornaba de un tono gris oscuro mucho más a menudo de lo que nadie quisiera. A su alrededor tenía gente que la quería y se preocupaba por ella, y lo sabía; pero, a veces, el peso de la soledad recaía aplastante sobre ella, alejando de sí ese mar inmenso de cariño que bañaba su vida. Su soledad estaba llena de gente, sí, pero había días en lo que todos y todo se volvía invisible. Sola entre la multitud y ante ella. A solas con su soledad. Aunque lo deseaba, no podía evitar que entonces su corazón viajara sin equipaje, sin rumbo fijo, con dirección a ninguna parte.

En su cabeza campaban a sus anchas mil preguntas. Intentaba no prestarles demasiada atención, pero no siempre lo conseguía. Entonces era cuando sobraban preguntas y faltaban respuestas; y era un constante martilleo que se le hacía insoportable. A veces, andaba de un lado para otro, casi perdida, invadida por la melancolía, por la nostalgia de tiempos pasados, invadida por el vano anhelo de vivir de recuerdos. Por más que lo intentaba no conseguía que sus ojos no volvieran insistentes la mirada atrás.

Era una de las mejores médicos de la ciudad. El prestigio que tenía se lo había ganado a pulso a base de esfuerzo y dedicación. Cada día se levantaba muy temprano para ir a trabajar, dispuesta a ayudar a la gente a diario. Sin embargo, ya ni siquiera eso le llenaba. Había perdido la ilusión hasta por su profesión, que tantas satisfacciones le había dado siempre. ¡Se pasaba el día salvándole la vida a decenas de personas pero nadie se daba cuenta de que ella era la que más necesitaba que alguien la salvara!

Lo cierto es que casi vivía con el automático encendido. Se levantaba cada mañana porque tenía que ir a trabajar, se duchaba y se iba al hospital, después volvía a casa, quedaba con algún amigo o iba a ver a sus padres, pero pareciera que lo hacía automáticamente siempre. La apatía se había apoderado de ella, si no era porque cada día “tenía” que hacer todas esas cosas, no las hacía. Es más, por ella, ni siquiera se levantaría de la cama en todo el día.

En el último invierno, cayó enferma de gripe. Las altas fiebres que padecía la obligaron a quedarse en casa guardando reposo. Sus padres estaban fuera de la cuidad, así que decidió no molestar a nadie para que la cuidara. Paradóicamente, tampoco le apetecía estar con nadie. Pasaban los días y, a pesar de los antibióticos, la fiebre no remitía. No bajaba de 40º. Se encontraba tan mal que apenas tenía fuerzas para levantarse y comer algo. Estaba tan débil que la fiebre empezó a afectarle cada vez más. Incluso comenzó a delirar.

Además, apenas conseguía dormir pues, para colmo, las largas horas del día y peor aún, las de la noche, las tenía enteritas para darle vueltas y vueltas a su cabeza. Pensaba en las preocupaciones que tanto la atormentaban, en sus miedos, sus inseguridades, que cada vez eran más. La soledad la acorralaba en mitad de la oscuridad de sus ojos, sus manos sentían el tremendo vacío, y su alma sólo quería llorar. La tristeza embargaba todo su ser. Tanta era la presión que esos sentimientos le provocaban y que tan mal la hacían sentir que, apenas sin darse cuenta, quedó exhausta y se quedó dormida en un profundo sueño.

Tan profundo que jamás volvió a despertar de él. Sin más, dejó de respirar. La desgracia dejó a todos atónitos. Toda su gente estaba destrozada. Pocas veces había habido en el cementerio un entierro tan concurrido. Todos querían darle el último adiós. Nadie podía creer que Alma se hubiera ido. Y menos todavía que hubiera sido por una simple gripe.

Pero no fue la gripe lo que la mató. A Alma la mató la propia Alma, su propia alma. Quizá se sentía tan confundida que dejó escapar la vida entre sus dedos; tanto era el peso que soportaba su alma que decidió dejar de vivir. ¿Para qué seguir viviendo si ya no tenía ni ganas ni fuerzas? Simplemente, dejó de respirar. Dejó que la tristeza la engullera y no dejara ni rastro de ella.


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13 mayo 2008

Asterix y Obelix...


Se me había olvidado comentaros que, finalmente, mi gente de Almería eligió un tema para el capamento PAI de este verano.
Estuvieron barajando multitud de opciones -por supuesto, entre ellas, todas las ideas que les dimos en la tormenta de ideas que hicimos en mi blog-, viendo cuáles eran las más factibles y las más provechosas según la filosofía del campamento.

Y,al final, se decidieron. El campamento de PAI'08 será: Asterix y Obelix. Ya llevan un tiempo preparándolo y por lo que sé, están muy contentos porque parece que está quedando bastante chulo. Y es muy probable que algunas de las ideas que apuntamos aquí (que había ideas realmente buenas), las utilicen para alguna gynkana o algún taller.

Ya os contaré qué tal sale el campento y os enseñaré fotos. Que si me cuadran la fechas, podré ir yo también. :D

05 mayo 2008

Como un lirón...



Otra vez os voy a hablar de algo relacionado con los sueños. Hace unos cuantos días, una vez más, no podía conciliar el sueño. Pero esta vez sabía que era por un motivo concreto: Estaba sola en casa y tenía miedo. Por un lado, hasta me sorprendía de ello pues, llevo años y años quedándome sola en casa y jamás me ha dado miedo, al contrario, me encanta quedarme sola de vez en cuando.


El caso es que también sabía por qué tenía miedo. Cuando llegué a casa allá por la media noche, escuché ruidos en la azotea. Se escuchaba bien porque yo vivo en la última planta del bloque. Me paré un momento, y volví a escuchar un ruido. Y como no sabía qué podía ser, me metí rápido en casa.

No me volví a acordar de los ruidos hasta que me acosté a la hora y pico. Y es que en el silencio de la noche se escucha todo perfectamente. Los ruidos de la azotea no sé qué serían exactamente, pero supongo que los que escuchaba estando acostada ya serían los crujidos de dilatación de los muros por el calor, pero, madre mía, yo no sé cómo me sugestioné, que no era capaz de dormirme, qué tonta, jajaja...

Entonces me acordé de una anécdota que me pasó hace muchos años y pensé... ¡quién tuviera el sueño profundo de aquellos tiempos! Os cuento...

"Tendría unos 12 años y habíamos estado cenando en casa de unos vecinos. Estaba cansada y me fui para casa antes que mis padres. Y sin darme cuenta, eché el pestillo de la puerta. Me fui a la salita a ver la tele un rato (rato= 10 minutos, que fue lo que tardé en quedarme sopa, jeje..). Y claro, cuando mis padres regresaron, yo estaba durmiendo en el sofá a pierna suelta y no podían abrir la puerta porque yo había echado el pestillo.


Llamaron al timbre. Y siguieron llamando, y llamando, y llamando...


... y yo no me despertaba porque no me enteraba, así que seguía tan a gusto en el sofá cual Bella Durmiente en sus mejores tiempos.


La salita está en la planta baja de la casa, y como las cortinas no estaban echadas del todo, mis padres me veían durmiendo a través de la ventana.


Los pobres se llevaron el susto del siglo porque pensaban que me había pasado algo. Pues yo no me enteré ni del timbre, ni del aporreo de la puerta ni de las voces de mis padres llamándome, que salieron hasta los vecinos para ver qué pasaba...


Rompieron el cristal de la ventana y, sorprendentemente, a pesar del ruido que eso hace, tampoco me desperté! (Yo quisiera saber cuándo perdí ese sueño profundo que me caracterizaba...), así que mis padres, se pusieron más nerviosos aún.


Con el cristal ya roto, a uno de los vecinos, se le ocurrió tirarme a través de la reja un paquete de tabaco. Tuvo puntería y me dio en el hombro. Y ahí fue cuando me desperté. Y ahora os describiré las dos escenas: “de puerta para fuera” y “de puerta para adentro”...


De puerta para adentro: Yo...


...Me despierto porque el paquete de tabaco me ha dado en el hombro. Pero como ha caído al suelo, yo no lo veo y no me doy cuenta de que me he despertado por eso. Como mi madre estaba tocando el timbre una y otra vez, lo que pienso es que me despierto porque mi madre está llamando insistentmente al timbre. Y claro, como no me he coscado de nada pienso... “ojú mi madre va a fundir el timbre, qué exagerá llamando, por Dios!”... A continuación, abro la puerta ...


- “Holaaaaa! Ups, me había dejado el pestillo puesto..”


Pero veo a mi madre con la cara medio descompuesta...


- “Uy mami, ¿qué te pasa? tienes mala cara...”


De puerta para afuera: Mis padres...

- Que qué pasa?! Que qué pasa?! Menudo susto nos has dado, niña! Casi me da un ataque, vamos!


- Un ataque? Por qué? Uysss, se ha roto el cristal de la ventana, papi!


- Se ha roto el cristal, se ha roto el cristal... Chiquilla, llevamos dos horas llamando a la puerta y tú sin inmutarte! Se ha roto el cristal no, hemos tenido que romperlo nosotros porque no te despertabas...
- Menudo susto nos has pegado, nena! Que nos creíamos que te había pasado algo porque ni te movías!
Al día siguiente, media urbanización preguntándome qué había pasado la noche anterior, jajaja... y bueno, ya tuve cachondeo para un buen tiempo, con eso de que a mi no me despertaba ni una bomba..."
Al final me dormí cuando el sueño me venció pero por lo menos serían las cuatro de la mañana. Así tenía al día siguiente las ojeras que tenía, claro! ¡Qué lástima que ya no duerma como un lirón como cuando era pequeña!


En fin, como se suele decir... historias para no dormir...


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