06 julio 2010

Oídos Sordos...

El silencio de la calle sólo era interrumpido por el sonido lejano de algún coche al pasar y por el ruido de los aires acondicionados que llevaban funcionando todo el día. Eran casi las tres de la madrugada y el calor seguía siendo insoportable. Ni una gota de aire que viniera a dar un pequeño respiro a los cuerpos sudorosos que una noche más intentaban conciliar el sueño sin demasiado éxito.

Harto de dar vueltas en la cama fue al baño a refrescarse un poco: se mojó las muñecas y metió la cabeza bajo el grifo hasta que se le empapó el pelo. Algo más aliviado salió al balcón a fumarse un cigarrillo, que encendió con una calada honda para intentar calmar su ansiedad.

Era pleno agosto y como en todas las ciudades calurosas que no son costeras había cantidad de aparcamientos libres por todos sitios y apenas ningún coche circulando. La calle estaba desierta y de no ser por el cambio cíclico de color de los semáforos el mundo parecía estar detenido.

Un hombre y una mujer llegaron en un coche que paró en el semáforo de enfrente. Ella se apresuró a salir dando un portazo y el hombre no tardó en salir tras ella gritándole.

-¿Adónde te crees que vas, zorra? ¡Vuelve al coche!
-Déjame en paz, ¡estás bebido!
-¡He dicho que vengas, coño!- le dijo zarandeándola fuertemente del brazo.

Mientras el fumador miraba a la pareja desde el balcón, la mujer escapó como pudo de aquel hombre e intentó refugiarse tras uno de los coches que había aparcados.

-Es lo mejor, no podemos seguir así.
-¡Estás loca si piensas que voy a darte el divorcio y quedarme sin nada!
-Tú no me has querido nunca.
-¡No te vas a librar de mi tan fácilmente!
-¡No aguanto más!
-¡Que te calles de una puta vez! O subes al coche o te subo, ¡elige!; pero va a ser peor que vaya yo... - profirió el hombre hecho un energúmeno.

La mujer, guiada por el miedo a que llevara a cabo su advertencia, volvió a acercarse a él.

-Tranquilízate, nos están mirando desde esa terraza.
-¡Me importa una mierda que nos miren. Si tiene agallas que baje y me mire de cerca!- vociferó mirando hacia el balcón, mientras el fumador, impertérrito, seguía asomado.
-Por lo que más quieras, ¡cállate y deja de chillar!
-Chillaré si me da la gana, ¿te enteras? ¡Tú no eres nadie para darme órdenes, que te quede claro! ¡Que sea la última vez! –respondió él dándole un puñetazo tan fuerte que la tiró al suelo, le dejó los nudillos marcados en la mejilla y le abrió una raja en el labio que enseguida le empezó a chorrear sangre.

La mujer rompió a llorar: sabía cómo terminaban las discusiones que empezaban por un puñetazo... No se sentía con la fuerza suficiente para plantarle cara a su marido de una vez por todas, así que sin rechistar, se levantó del suelo y, temerosa de que la ira de su marido creciera más aún, volvió a subir al coche.

El fumador, que apuraba las últimas caladas de su cigarro, contemplaba la escena como quien mira llover tras la ventana. Dio una última calada y volvió a su habitación...

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"Siguen muriendo mujeres y nosotros en SILENCIO"
(Tino Tovar).





Dedicado a todas las mujeres
que sufren el maltrato.
¡Basta ya!