14 mayo 2012

Tacones Jodidos, Jodidos Tacones...

Cuando vio pasar el bus, se quitó los zapatos.

Había estado lloviendo toda la mañana y no quería que aquel conductor, que intuía con ganas de pasar a toda velocidad pisando el charco, le estropeara sus tacones favoritos: unos Manolo Blanhik que llamaban la atención a leguas de todo aquel que se cruzaba con ella.

Pero su intención fue más lenta que la del chofer. No sólo le mojó los zapatos, sino que la empapó de arriba abajo ante la mirada de los que allí esperaban intentando no reírse.

Ella comenzó a acordarse a pleno pulmón de los familiares del conductor, mientras él, que no hizo parada allí, se alejaba pensando mientras le pitaba...

“Si yo no puedo ponerme mis Manolos fuera de mi habitación, tampoco se los pone esa zorra emperifollada!...”.

30 enero 2012

Frío Invierno...







Hoy tampoco es una noche cualquiera. Este año el invierno está siendo tremendamente crudo. El frío aprieta tan fuerte al caer la noche que cada día comienza a formarse más temprano la cola de indigentes que esperan en el albergue que hay cerca de casa.

El frío de esta noche me ha traído a la memoria un dulce recuerdo que durante años he guardado con celo. Fue el día en que la vi por primera vez. Un día tan gélido como el de hoy. Ofrecía un recital en el Teatro Imperial de Madrid. Con puntualidad británica el teatro quedó en completa oscuridad y se abrió el telón. El público callaba expectante hasta que un cañón de luz alumbró con fuerza en mitad del escenario.

Allí estaba ella. Arropada por el calor de una gran ovación, saludando poderosa a su afición. Exultante, como la rosa que derrocha belleza al estallar la primavera. Vestida con un hermoso traje largo digno de una princesa y su sonrisa más arrebatadora. Del piano de cola comenzaron a brotar notas musicales que la acompañaban y el aire se inundó enseguida de la magia de su voz de seda. Desde aquel instante conquistó para siempre mi corazón. Jamás había visto una mujer tan hermosa como ella.

Como cada día he vuelto a pasar por delante del albergue de camino a casa. Muchos de los que allí esperan ya me son conocidos y al saludarme siempre aprovechan para pedirme unas monedillas. Pero hoy no ha sido una noche cualquiera... Hay caras nuevas y la cola es aún más larga que otros días por culpa del temporal.

Hoy un lánguido susurro que suplicaba limosna me ha dejado helado. Al volver la vista atrás, mis ojos se han cruzado con la mirada de una mujer ya casi anciana, sentada sobre una desgastada bolsa de rafia en la que llevaba sus escasas pertenencias. Allí estaba, arropada por la esperanza de conseguir comida y cama con un poco de suerte. Escondida bajo harapos sucios y malolientes y un semblante de sobrecogedora tristeza.

Hoy una voz que no lograba camuflar que hace años fue dulce y aterciopelada me ha dejado helado.




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