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“Por cierto, esta noche estás preciosa, princesa”.
La frase retumbó con fuerza en todo el salón y con más fuerza aún en su cabeza. De repente, se agolparon mil ideas en su pequeña cabecita, haciendo más estruendo que un elefante en una cacharrería.
“Esta noche estás preciosa, princesa”, “Esta noche estás preciosa, princesa” –escuchaba Ana una y otra vez.
No pudo evitar que el recuerdo de Javián asaltara sus pensamientos. Siempre había sido muy halagador y esa frase la había escuchado infinidad de veces de sus labios.
“Esta noche estás preciosa, princesa”.
Ana era su princesa. Lo había sido durante más de seis años y le encantaba; pero, a veces, aún le costaba pensar que ya no lo era. ¡Y hacía tanto tiempo que no la llamaban así! Justamente un año, que era el tiempo que hacía que Ana y Javián no estaban juntos.
Todos estos pensamientos se habían sucedido en décimas de segundo, pero fueron suficientes para que Leo pensara que, aunque Ana le había sonreído, quizá había hecho algún comentario desafortunado.
-¿He dicho algo que te haya molestado? –preguntó Leo un tanto desconcertado.
-No, no –dijo volviendo de nuevo en sí- es sólo que me acordé de algo.
-¿De algo o de..?
-Bueno, Leo, ¿con qué nueva receta me vas a deleitar? –dijo sin dejarle acabar la frase.
-Vale, indirecta captada, cambiamos de tema- pensó- Con un pescado a la sal. Espero que te guste.
Efectivamente, los platos que había elegido para aquella noche habían sido todo un éxito. A Ana le encantaron, sobre todo, ese delicioso postre, al que tan bien le había encontrado el punto.
-¿Habré probado veces tu mousse de chocolate? Pues creo que esta vez es la que mejor te ha salido. Desde luego, cada día te superas más, Leo. Podrías dedicarte a esto si un día te cansas de trabajar en lo tuyo.
-¡Qué va! Esto es sólo una afición. Trabajar en la hostería es demasiado duro.
-No, no, si no digo que montes un restaurante. Digo que te plantees seriamente ser chef.
-Jajaja.. ¡Uf! ¡Peor me lo pones! Eso sí que es complicado. Será por eso que no hay demasiados chefs en el mundo.
-Bueno, tú estás harto de decírmelo. Imaginar es querer, y querer es poder. Es sólo cuestión de ponerle alas a los sueños para que echen a volar...
-Ya, pero...
-Ni pero, ni manzana. Yo sólo te digo que no estaría mal que algún día te lo plantearas – dijo ella guiñándole un ojo.
-¡Vale, pues lo mismo te digo!
-¿Yo, chef? Pero si a mi me sacan de los filetes a la plancha y los espaguetis y me pierdo...-dijo riendo.
-No, tonta, me refería a tu ilusión de dedicarte a la escritura profesionalmente. Estoy convencido que si te pusieras a conciencia, lograrías que te publicaran algo.
- Vale, pues yo me propongo seriamente lo de escribir si tu te propones seriamente lo de cocinar... -rieron.
Leo tenía la habilidad de llamar la atención de la gente y, poco a poco, consiguió que, fuera lo que fuera lo que distrajo a Ana, fuera pasando a un segundo plano. Así que la velada transcurrió con total normalidad.
Se levantó a cambiar el cd. Pista número cinco, “Moon River”, interpretada por Barbra Streisand, una de sus cantantes favoritas.

-¡Me encanta esta canción! ¿Bailas? -le dijo tomándola de la mano.
Ana nunca había sido demasiado buena bailarina pero se dejaba llevar. Además era fácil, pues el ambiente acompañaba. Buena cena, buena música, tranquilidad y lo mejor, buena compañía. Estaba a gusto, sentía que Leo la protegía mientras la mecía al son de cada nota.
Él, sin más, saboreaba el momento. Y entonces no fue capaz de contenerse por más tiempo. ¡Llevaba meses haciéndolo y por fin se había armado de valor!
A la par que sus brazos se deslizaban suavemente por su cintura, sus labios acariciaron lentamente aquellos labios carnosos que tantas veces había deseado.
Continuará...