20 octubre 2011

Me Encanta...




Me encanta...

... cuando te duermes en mis brazos.
... cuando te hago cosquillas y empiezas a reírte nervioso antes de que te toque.
... cuando me haces caracolitos en el pelo.
... cuando me aprietas fuerte, fuerte al abrazarme.
... cuando me ves por primera vez hacer algo y me preguntas lleno de curiosidad qué hago.
... cuando jugamos juntos.
... cuando te ríes a carcajadas.
... cuando me despiertas con un beso.
... cuando me dices que me quieres dos.
... cuando hablamos por teléfono y me dices que tienes ganas de verme.
... cuando me ves llegar y sales corriendo para que te coja en brazos.
... cuando me ayudas a coger jazmines.
... cuando te escondes en algún rincón y apareces por sorpresa para darme un susto con tus “buuuuuuuú”.
... cuando me cuentas que en la guardería te lo pasas pipa.
... cuando me miras con esos ojazos llenos de luz.
... cuando me agarras de la mano cada vez que vamos de paseo.
... cuando me das un “muá” sin que yo te lo pida.
... cuando saludas al “Señol” cada vez que pasas por el cuarto de los abuelos y ves la figurita en la pared.
... cuando me dices que eres mi chinito de amol.
... cuando te pregunto si te columpio “flojito o fuerte” y tú siempre contestas a todo pulmón... “¡fueeeeeeeeeeeeete!”.
... cuando me dices que cantemos la gallina turuleta, Don Pepito y Don José o la canción de la margarita.
... cuando te veo mirar entusiasmado una procesión, disfrutando a tope de la banda de música y tirándole besos a la “Vinchen” y al “Señol”.
... incluso cuando me pones la cabeza un poco loca con el piano, el tambor, los platillos o la flauta.
... cuando me llamas tita.

Por todos estos motivos y muchos más...
Por todo el amor que me regalas...

... ¡ME ENCANTAS TÚ!
Dedicado a la persona que más amor genera en mí desde hace algo más de dos años... Mi sobrino Perico. ¡Te quiero dos, cariño mío!

12 septiembre 2011

A Veces Me Pregunto...


A veces me pregunto si crees verme entre los rostros de una calle cualquiera; si alguna vez me dibujas en tus sueños.

A veces me pregunto si crees oír mi voz susurrándote al oído; si alguna vez me esperas al otro lado del teléfono.

A veces me pregunto si crees sentir el calor de mi cuerpo navegándote; si alguna vez tu piel se estremece recordando mis caricias.

A veces me pregunto si crees saborear el néctar de aquellos besos que nos dábamos; si alguna vez me has besado en otras bocas.

A veces me pregunto si crees oler el aroma de mi cuerpo enredado entre tus sábanas; si alguna vez te embriagas de mi esencia de mujer.

A veces me pregunto si crees que la vida volverá a juntar nuestros destinos; si alguna vez has deseado volver a mi.

A veces me pregunto si crees que tomaste el camino equivocado; si alguna vez te has arrepentido.

A veces me pregunto si me habrás olvidado hace tiempo
...




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***


Quiero dar las gracias a las dos personas que, sin saberlo (ni lo van a saber, jaja), han sido la fuente inspiradora de este texto...


A una vieja amiga, por traerme a la cabeza con sus confesiones, una frase corta pero con sustancia, que me ha estado rondando en la cabeza desde hace algún tiempo porque sabía que se le podía sacar jugo ("A veces me pregunto si piensas en mi...").


Y a Manuel Carrasco, por sus canciones, que tantísimas veces he escuchado y tantas emociones produce en mi interior.


Y también agradecer la imagen al blog de Jorge (www.jorgenunez17.blogspot.com), que ya sabe él que me encanta "robarle" las fotos que va encontrando por la red, jejeje...


No creo que tarde mucho en publicar de nuevo, hay otra frase que también viene rondano mi cabeza últimamente..."Me encanta..."

Mañana...

A los que siempre les gustó mi parte más romántica...¡Atención!



¡Mañana volverá Angie en estado puro!

¡Por fin llené la cantimplora! ¡Cómo echaba de menos escribir! Era cierto.. sólo era cuestión de sentarse y dejarse llevar...

De mañana no pasa que lo publique, que ahora no me da tiempo. ¡Prometido!

01 septiembre 2011

La Habitación...


Ella abrió la puerta de aquella habitación. Nunca había estado allí, pero por algún motivo que desconocía aquel lugar no le resultaba extraño. La penumbra que salpicaba aquellas cuatro paredes invitaba a cerrar los ojos y dejarse llevar por una marea de pensamientos y sensaciones.



Por su mente comenzaron a pasar a toda prisa multitud de imágenes: su viejo osito de peluche, su mejor amiga de la escuela, su primer beso, la casa del pueblo donde tantos veranos había pasado, la muerte de su abuela, aquella fiesta universitaria donde conoció a su marido, la primera vez que vio la cara de su hija, el accidente...


De repente un resplandor indescriptible empezó a inundar de luz la habitación, su mente se quedó en blanco y sintió una fuerza arrolladora que parecía partir su cuerpo en dos mitades. Entonces se desvaneció.

Silencio total.


Cuando volvió a abrir los ojos, no sabía dónde estaba, ni podía moverse. Tan sólo se escuchaba el pitido constante de aquella máquina con una línea verde en la pantalla...

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*****

¡He vuelto!

30 junio 2011

Desconcierto...


Sus pequeños despistes, aunque de poca importancia, cada vez eran más frecuentes. Aquella mañana se levantó y, aun sin saber muy bien por qué, todo le parecía diferente. Miró a su alrededor y no reconocía aquella habitación. Se asomó al espejo y no lograba adivinar la identidad de aquella silueta que en él se reflejaba. La turbación lo dejó paralizado. Cerró los ojos y respiró lento y profundo. Cuando volvió a abrirlos todo le parecía como siempre y se sintió aliviado. Por suerte para él no sabía lo que le esperaba...



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02 junio 2011

El Hombre Que Creía Que Nunca Lo Conseguiría...

“Estoy feliz: ¡Hoy mi lista de amigos por fin llegó al millón” –tuiteó Roberto Carlos.
Después se fue a la cama y durmió plácidamente toda la noche.




(27 palabras).


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24 abril 2011

SE BUSCA...

Se busca al pozo de la imaginación.






Se ofrecerá una suculenta recompensa a quien sea capaz de encontrarlo y traerme una cantimplora bien llena para darme de beber de esa agua bendita.

25 marzo 2011

Ana La Gata (Homenaje a Lyz Taylor)...

En homenaje a la estrella que hace unos días nos ha dejado publico de nuevo un relato que escribí hace algún tiempo y que estaba inspirado en "La Gata sobre el tejado de zinc". Lo único que hecho ha sido revisarlo y cambiar pequeñas detalles de redacción. Espero que disfrutéis de su lectura tanto si lo leísteis en su momento como si ahora es la primera vez.


ANA LA GATA



Como cada mañana a Ana le encantaba desayunar en la terraza mientras leía un rato el periódico. Ojeando la cartelera, vio que en uno de los cines de verano de la ciudad reponían “La gata sobre el tejado de zinc”. De repente sintió cómo se le erizaba el vello y sufrió un viaje al pasado que la transportó una década atrás, a su época universitaria...

Hacía mucho que Ana no le dedicaba apenas tiempo a una de sus aficiones preferidas. Durante sus años de Universidad participó en varios talleres de escritura, que siempre le habían parecido de lo más interesante.

En el primero al que se apuntó solían recitar poemas de Bécquer y Neruda; leían a los grandes maestros de la literatura y analizaban sus obras, descubriendo siempre en cada palabra, cada verso, cada frase, un matiz nuevo, diferente. Y en ellos se inspiraban para inventar historias y escribir algunos relatos y poemas.

Era un taller muy reducido, de no más de diez personas, por lo que en él se respiraba un ambiente acogedor y bastante íntimo, y el trato con el profesor, Diego, era muy cercano.

Diego era el típico profesor del que casi todas las alumnas se enamoran. Tenía cuarenta años y, aunque llevaba media vida en España, su dulce y sensual acento seguía delatando que había vivido en la tierra del tango hasta los veinte.

A Ana le gustaba mucho charlar con él, pues era un hombre culto y sus conversaciones siempre eran interesantes. Además sus gafas de pasta le daban cierto aire intelectual y esa mirada seductora de ojos casi negros y sus incipientes canas en la sien lo hacían más atractivo todavía. Le encantaba, era su secreto inconfesable.

Diego siempre llevaba algún libro con él. Le encantaba irse a la cafetería a leer un poco cada vez que tenía un rato libre. Un día se encontraba tomando un café mientras disfrutaba de una de sus lecturas favoritas cuando apareció Ana. Nada más entrar ella se había percatado de su presencia, pero su timidez hizo que simplemente lo saludara al pasar por su lado.

-Buenos días, Ana. ¿Adónde vas tan rápido? ¿Te apetece sentarte aquí conmigo?
-Es que estoy esperando que llegue una amiga.
-¡Pues perfecto entonces! Espérala aquí. Te invito a un café mientras tanto. ¡Camarero!...
-Está bien, aunque no creo que tarde mucho en llegar.

Se sentía un tanto apurada pues, aunque le encantaba charlar con él, en el momento en que la conversación tenía lugar fuera del taller que él impartía y podía derivar hacia otros temas que nada tuvieran que ver con la literatura, Ana se ponía nerviosa y a veces no sabía ni de qué hablar.

-Me ha gustado mucho el relato que has leído hoy en clase –dijo él para romper un poco el hielo.
-¿De verdad?
-Sí. Muy bien estructurado. Claro, conciso y contundente. Tus palabras tienen mucha fuerza. Te felicito.
-¡Gracias! Para mi es muy importante tu opinión.
-Vas por muy buen camino, sigue así, Ana.
-¿Y ese libro? ¿Qué estás leyendo ahora?
-Una obra de Tennessee Williams. Ya estoy terminándomela. Seguramente la conocerás, “La gata sobre el tejado de zinc caliente”, ¿la has leído?
-No. Ni siquiera he visto la película.
-¿Cómo que no? ¿Ni siquiera la película? ¡Pero si es un clásico del cine! Me sé los diálogos de memoria, la he visto cientos de veces. La obra es mucho mejor que la película pero aún así es casi un delito no haber visto a Paul Newman en el mejor papel de su vida y a esa majestuosa y bella Elisabeth Taylor en el papel de Maggie.
-La verdad es que no he visto demasiado cine clásico-respondió ella.
-¡Pues muy mal hecho! Eso hay que solucionarlo. Precisamente ahora están reponiendo la película en el cine Avenida. Yo tenía pensado ir a verla. ¿Te apetecería venir a verla conmigo? –le preguntó tras unos segundos callado.
-¿Al cine? ¿Contigo? ¿Los dos juntos? -respondió nerviosa.
-¡Claro! ¿Qué mejor ocasión? Además así voy acompañado, no me gusta ir solo al cine. Prometo comprarte palomitas...-dijo sonriendo.

Dudaba si sería correcto aceptar su propuesta, pero el plan le parecía tan apetecible...

-¡Venga, vale! ¡Me apunto! ¿Vamos esta tarde? ¿A qué hora es? –respondió tras tomar la decisión.
-A las ocho, en el Avenida.
-Está bien, nos vemos allí a las siete y media.
-Estupendo, allí estaré.
-Y yo. Me voy, que ya viene por allí mi amiga. Nos vemos después.
-Hasta luego.
-Adiós -le dijo mientras iba al encuentro de su amiga con una gran sonrisa en la cara, que él no vio porque ya se había dado la vuelta.

Lo que Ana no sospechaba era que la sonrisa con la que Diego prosiguió leyendo, eran aún más grande que la suya. Desde la primera vez que la vio aparecer por el aula había quedado prendado de su belleza. Con esa cara tan dulce, su melena larga y ese vaivén de caderas al caminar que era capaz de volver loco a cualquiera, le parecía la joven más atractiva que había visto nunca. Y después de haber hablado con ella y haberla tratado un poco, mucho más. Ana tenía duende. Y esa timidez que a veces no podía disimular, no hacía sino acrecentar esa magia especial que poseía.

Aquella tarde fueron al cine tal y como habían acordado. Ana se retrasó un poco. La impuntualidad era una de las cosas que siempre se proponía corregir y casi nunca lograba.

-Lo prometido es deuda. Aquí tienes tus palomitas. ¿Se te antoja algo más?
-No gracias.
-Compraré algunas chocolatinas de todas formas, que a mi me encantan.
-¿Entramos ya? Estará a punto de comenzar.
-Sí, entremos.

El Avenida era uno de los pocos cines con encanto que quedaban en la ciudad. Entraron en la sala, que estaba medio vacía, y ocuparon sus asientos.

-Elisabeth Taylor es una de mis actrices favoritas. Ya verás como te gusta.

Ana, mirándolo en silencio, simplemente sonrió. Sentía un nudo en el estómago cada vez más fuerte. No podía creer que aquello fuera algo parecido a una cita con su admirado profesor.

Durante las casi dos horas que duró la película, Diego estuvo mirando más tiempo a Ana que a la pantalla. Disfrutaba contemplándola. Se deleitaba con la naturalidad de sus gestos, con esa dulzura que desprendía su mirada; una mirada que casualmente le recordaba a la mirada felina de la protagonista. Ella notaba que la miraba, pero prefería disimular y cruzaba con él sólo algunas de ellas.

No hacía falta mirar a la pantalla. A su lado, a escasos centímetros, sentía el hechizo de esos grandes ojos azules, casi violetas que, aunque llenos de dulzura, tenían poderes hipnóticos si se miraban fijamente. Era su Maggie particular.

Diego luchaba por no sucumbir ante ellos e intentaba reprimir sus deseos, pero apenas lo lograba. Intentaba concentrarse en la película pero a mitad de la proyección ya no podía más.

Acercó lentamente su mano a la suya; el inesperado revoloteo de mariposas que Ana sintió en el estómago al contacto con su piel casi la dejó sin respiración. La tomó de la barbilla y sus miradas, clavadas la una en la otra, detuvieron los segundos en un instante único, mágico. Entonces sucedió. Sus labios se fundieron en un beso que inundó la sala de esa química que hacía que saltaran chispas.

Aquel momento fue el principio de un bella historia que llevó a sus dos protagonistas a disfrutar el uno del otro durante el resto del curso.

Una historia que no pudo durar más tiempo por culpa de la distancia que los separó cuando destinaron a Diego al año siguiente a otra ciudad pero que, mientras duró, fue poco menos que perfecta.


Ana aprendió a amar junto a él por eso, aunque su historia no hubiera durado demasiado, la atesoraba en su corazón como una de sus mejores experiencias vividas hasta el momento.

“La gata sobre el tejado de zinc” le recordaba irremediablemente a él. Hacía años que no la veía y cuando vio en el periódico que reponían aquella película tan especial para ambos, no dudó ni un instante el ir a verla de nuevo. Nunca olvidaría la película que tanta magia trajo a su vida.

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NOTA: A todos los que dejaron un comentario en el post anterior, Noches de Messenger, decirles que os he contestado a todos antes de publicar este post.


09 marzo 2011

Noches de Messenger...

Desde que tengo turno de noche apenas coincidimos en casa. Las horas en la cabina de vigilancia del parking se me hacen eternas. Ella suele acostarse tarde porque padece de insomnio, así que muchas noches se conecta y chateamos. Siempre hemos congeniado y sus conversaciones consiguen que la jornada parezca más corta.

Hoy es viernes y no se ha conectado: me aburro y tengo sueño. El tiempo pasa lento pero por fin empieza a amanecer y ya me queda poco para salir.

Hace horas que no la espero cuando aparece en la pantalla de mi ordenador. Me saluda y conecta la cámara. "¿Qué tal la noche en el parking?", "Larga y aburrida", le contesto. Entre risas me cuenta que ha estado de copas con una amiga. Se le nota... Para mi sorpresa empieza a desnudarse y yo enseguida me espabilo... “¡Te espero en mi habitación!” y se desconecta.

Estoy confusa. Voy de camino a casa pensando en lo sucedido. En mi cabeza se repite sin censar la imagen de su cuerpo medio desnudo. Jamás pensé que mi compañera de piso se me insinuaría alguna vez...
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NOTA 1: Ejercicio del taller de creación literaria consistente en iniciar un microrrelato con la frase "Desde que tengo turno de noche apenas coincidimos en casa".
NOTA 2: Independientemente de hacer los comentarios que queráis sobre lo que acabáis de leer, hay algunos aspectos sobre los que también e interesaría saber vuestra opinión con el fin de mejorar futuros relatos:
¿Os ha sorprendido que los protagonistas fueran sólo compañeras de piso y no una pareja?
¿Pensábais que el que trabajaba en el parking era un hombre hasta que al final del micro se revela que se trata de una mujer también? (He intentado no desvelarlo hasta el final porque pretendía sorprender al lector: ¿lo he conseguido?).
¿Quién créeis que es la más sorprendida de las dos ante los últimos acontecimientos? ¿Ambas son lesbianas, sólo una de ellas, ninguna de las dos...? ¿Aceptará la proposición que le ha hecho? Lo he dejado a la libre interpretación porque me interesa saber qué situación se os ha venido primero a la cabeza cuando lo habéis leído.

21 febrero 2011

Demasiado Tarde...


La sangre teñía mi camisa. El dolor era tremendo. Me sentía tan aturdido que ni siquiera sé cómo pude llegar hasta allí. “¡Rápido!”, gritó alguien. Entonces me desvanecí...


Cuando desperté, el dolor había desaparecido. No reconocía aquella sala que me hacía sentir escalofríos. Pasados unos segundos me di cuenta de que no estaba solo.

-Así que usted es Jack... Le esperábamos.
-¿A mi? –pensé extrañado.
-Sígame.

Me llevó a otra sala llena de gente que hacía cola en dos filas; pero yo seguía sin saber dónde estaba.

-Sabrá en cuál deberá esperar, ¿no?

Los escalofríos recorrían mi cuerpo cada vez con mayor intensidad. El miedo empezaba a apoderarse de mi en mitad de un silencio abrumador que no me dejaba ni articular palabra.

-¿No lo sabe? ¿Acaso creía que no acabaría pagando por todos su crímenes...?-prosiguió el hombre con risa cínica- Le cobran en la fila de la izquierda si no le importa...
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NOTA: Ejercicio del taller de escritura consistente en hacer un relato cuya última frase fuera "Le cobran en la fila de la izquierda si no le importa".

14 febrero 2011

El Javichuela...



Usa ropa vieja llena de descosidos y remiendos. Tiene las manos negras de lo sucia que las lleva y el pelo hecho manojos de tan grasiento que lo tiene siempre; cuando sonríe deja ver una dentadura llena de mellas y la cantidad de arrugas en su cara revelan que ya es un hombre entrado en años.

Con su guitarra a cuestas el Javichuela va ofreciendo su arte por los bares del barrio por el que siempre anda. A veces algunos clientes ni siquiera se molestan en mirarlo y siguen hablando como si fuera invisible, pero a pesar de ello sigue tocando alegremente su guitarra en su intento de acabar consiguiendo alguna monedilla.

Cuando en alguna ocasión alguien elogia su buen tocar, sus enormes ojos azules, que sorprendentemente aún no han perdido brillo, se iluminan como si de un sonrojo se tratase y, agradecido, deja que su voz desgarrada se arranque por bulerías.



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05 enero 2011

La Primera Nochevieja...


El 31 de diciembre siempre había sido el día favorito del año de María; tanto le entusiasmaba su llegada, que siempre contagiaba a todos su ilusión y la familia al completo disfrutaba como un niño de los preparativos de aquel día. Cada año María se metía durante horas en la cocina y preparaba con esmero una magnífica cena cuyos platos no eran conocidos por ninguno hasta que no eran servidos en la mesa, a excepción de Juan, su marido, que era su pinche oficial desde hacía muchas Nocheviejas. Marta, su hija mayor, se ocupaba de preparar la mesa con la vajilla y la cristalería que su madre reservaba para las ocasiones especiales. Su yerno David, el marido de Marta, siempre se encargaba de comprar uvas para todos y prepararlas durante la tarde, retirándoles la piel y las pepitas. Eva, su hija mediana, siempre hacía una olla enorme de buñuelos y otra de chocolate. Y Ana, la menor de las tres hijas, y su marido Pablo eran los que en la víspera de fin de año se llevaban a sus tres sobrinos a la Plaza Mayor a comprar cantidad de serpentinas, matasuegras, bengalas y confeti. En aquella casa el último día del año el timbre de la puerta sonaba una y otra vez recibiendo visitas de vecinos y amigos que venían a tomarse el último chocolate con buñuelos del año con María y los suyos. Y a pesar de que nadie paraba a descansar ni un momento en todo el día, María siempre se encargaba de que todo estuviera preparado para que a las nueve en punto de la noche todos estuvieran sentados en la mesa listos para cenar.


Cuando el año anterior Ana apuntó en la lista de deseos que hacía cada Nochevieja su anhelo de ser mamá, jamás imaginó que algo tan dichoso pudiera verse empañado por algo tan trágico. A menos de un mes de salir de cuentas sólo hacía cuatro meses que su madre había muerto en un accidente de tráfico. Por eso esperaba ansiosa que el reloj de la Puerta del Sol diera las doce campanadas para que por fin comenzara un nuevo año en el que la llegada de su bebé trajera un poco de alegría a la casa.


Aquella Nochevieja toda la familia se reunió para cenar, como a María le habría gustado. Su marido Juan pasó de ser su pinche oficial a primer cocinero y preparó la cena lo mejor que pudo con la colaboración de Marta, que por ayudarle apenas tuvo tiempo de preparar la mesa con la ceremonia habitual con la que solía hacerlo. David preparó las uvas y Eva hizo sus tradicionales buñuelos, aunque otras veces le habían salido más buenos. Y un año más Ana y Pablo llevaron a sus sobrinos a la Plaza Mayor, pues los pequeños no entendían de cosas de mayores y para ellos ese día seguía siendo tan alegre como siempre. Eran ya casi las nueve y media cuando Juan salió de la cocina con el plato principal y por fin empezaron a cenar.


A menos de veinte minutos de la medianoche y antes de lo previsto Ana rompió aguas. ¡El revuelo fue enorme! Con las uvas y el cava preparados ya en la mesa, la familia entera se fue al hospital sin tiempo que perder. Todo sucedió tan rápido que Ana casi parió en el camino. Aquella noche no hubo brindis, ni atracón de uvas con las campanadas.


A las doce y cuarto una enfermera entró en la sala de espera... “Todo ha ido bien. Tanto la madre como la hija se encuentran perfectamente. En cuanto les avise pueden pasar a verlas. Esperen aquí”. Entre tanto en el paritorio Ana abrazaba entre lágrimas por primera vez a su hija mientras Pablo las contemplaba embelesado....¡la pequeña María ya estaba en este mundo!


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