¿Sabes quién se esconde tras esa sonrisa? seguramente, no tengas ni la más remota idea, verdad? Si te digo que corresponde a un chico de treinta y pocos llamado Kevin, seguramente, sigas sin saber quién es. Sin embargo, esta otra foto, probablemente, sí que la hayas visto alguna vez, ¿me equivoco...?
Y estoy segura de que te impresionaría tanto como a mi, la primera vez que la vi, hace más de 10 años, en un folleto de la campaña del DOMUND.
Pues bien, este atractivo chico se llama Kevin Carter, nació en 1961 en Sudáfrica, en la época del Apartheid y, aunque, en un principio, su vida profesional no iba por ese camino, se convirtió en un fotógrafo de gran renombre y reconocimiento mundial. Esta foto la tomó allá por el año 94. Año en que el propio Kevin decidió acabar con su vida, un fatídico 27 de julio. Si te interesa y no te importa estar algo más de diez minutos leyendo este post, te contaré por qué...
Pues bien, este atractivo chico se llama Kevin Carter, nació en 1961 en Sudáfrica, en la época del Apartheid y, aunque, en un principio, su vida profesional no iba por ese camino, se convirtió en un fotógrafo de gran renombre y reconocimiento mundial. Esta foto la tomó allá por el año 94. Año en que el propio Kevin decidió acabar con su vida, un fatídico 27 de julio. Si te interesa y no te importa estar algo más de diez minutos leyendo este post, te contaré por qué...
********
Primero, intentaré ponerte un poco en situación. Como acabo de mencionar, Carter nació en plena época del Apartheid. Para quien no tenga demasiado claro qué era esto, “Apartheid” significa “separación” en afriakaans y neerlandés. Y fue un sistema social, político y económico racista impuesto por gobiernos de una minoría blanca en Sudáfrica entre 1948, año en que tomó forma jurídica a través de una legislación que respaldó su creación, y 1994, año en que fue desmantelado y tuvieron lugar las primeras elecciones libres, en las que Nelson Mandela, que había sido liberado cuatro años antes, se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica.
EL objetivo del Apartheid era separar las razas –por orden de jerarquía: Blancos, Asiáticos, Mestizos y Negros- tanto en el plano jurídico, con leyes para cada una, como en el plano geográfico, mediante la creación forzada de territorios diferenciados reservados para el uso exclusivo de cada grupo racial.
En 1984, cuando los disturbios en los municipios negros comienzan a darse diariamente, Carter, después de haber estado trabajando en una pequeña tienda de accesorios fotográficos y como reportero de fotos deportivas, termina involucrándose en el grupo de reporteros gráficos blancos que decidieron asumir la misión de dar a conocer al mundo los abusos y las barbaridades cometidas durante el Apartheid –tarea que hasta la fecha había sido exclusiva de los reporteros gráficos negros de Sur de África-.
A principios de los 90, para disminuir los riesgos del trabajo y poder recorrer en compañía las noches de las zonas “no blancas” sudafricanas buscando los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad del gobierno y las facciones negras, Kevin decidió trabajar codo con codo con otros tres fotógrafos, con los que mantenía amistad desde hacía años: Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y Joao Silva.
Los mejores corresponsales de guerra del mundo estaban ahí, pero las más vívidas imágenes las consiguieron estos cuatro fotógrafos sudafricanos, que llegaron a ser tan reconocidos por su manera arriesgada y descarnada de capturar la violencia, que una revista de Johannesburgo los bautizó como “El Bang Bang Club”. Hoy, dos de ellos están muertos, y los otros dos, Greg y Joao, publicaron en 2002 un libro contando su experiencia -“El Club del Bang Bang: Instantáneas de una guerra encubierta”-. (Los párrafos entrecomillados son sacados de este libro).
En 1993, Carter sintió que su carrera como fotógrafo estaba estancada y decidió financiarse un viaje al Sudán, al que le acompañó su socio y colega Silva, con el fin de trabajar en lo que era conocido como “El Triángulo de la Hambruna” en el Sudán meridional, donde el gobierno islámico estaba en guerra con las tribus Nuer y Dinka.
Llegaron a la aldea “Ayod” en un avión de Naciones Unidas cargado de comida. “Los pobladores hambrientos rodearon el avión, salvo aquellos demasiado débiles parar caminar, que esperaban sentados alrededor de un improvisado comedor”. Los dos vieron fotos por todas partes, así que se separaron por el campamento. Un rato después, Carter se acercó a Silva excitado, restregándose los ojos, pero no llorando y le dijo: “Le estaba sacando fotos a una nena arrodillada, que apoyaba la cabeza contra el suelo y, de repente, un buitre gigante se posó detrás de ella. Seguí disparando , y recién después espanté al buitre”. Cuando trató de mostrarle el lugar, no se veía el buitre por ninguna parte, pero la nena seguía ahí, vencida por el hambre. Ninguno de los dos la ayudó a llegar al comedor, que estaba apenas a cien metros, cuenta Silva en el libro.
“Carter vendió la foto al New York Times y ésta se convirtió en un símbolo de la hambruna, usada en infinidad de posters y campañas. Cuando se publicó, llegaron a la redacción miles de cartas preguntando qué había sucedido con la niña, qué había hecho el fotógrafo. Carter tuvo que confesar que no había hecho nada. Suponía, dijo, que se había levantado por las suyas y llegado al comedor”.
La foto no tardó en darle la vuelta al mundo, llegando a ser portada de la revista TIME, convirtiendo a Kevin en alguien muy popular al que querían fichar las más prestigiosas agencias fotográficas del mundo. No obstante, la foto despertó los viejos fantasmas del fotógrafo ( en su juventud había intentado suicidarse) y empieza a sentirse cada vez peor, al encontrarse ante un gran dilema ético. Su compañero Marinovich comenta en el libro que cree que los cuestionamientos lo estaban enloqueciendo.
El 12 de abril de 1994, el New York Times llama a Carter para comunicarle que ha ganado el Premio Pulitzer, pero le resulta imposible celebrarlo, él mismo decía... “Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella. No quiero ni verla, la odio”.
“Cuando Joao y yo estuvimos en Somalia en 1992, en medio de la hambruna, ninguno de los dos recogió un solo chico enfermo o agonizante, aunque vimos cientos. Los mirábamos morir y sacábamos fotos. Yo me sentí impotente cuando fotografié a un hombre cuyo último hijo se le estaba muriendo en sus brazos. Eran buenas fotos; la tragedia y la violencia son imágenes poderosas; por eso las pagan así. Pero algo de la emoción, de la empatía y la vulnerabilidad que nos hacen humanos se pierde cada vez que apretamos el disparador”.
Por aquel entonces... ninguno de los cuatro fotógrafos imaginaba que el Club tenía los días contados.
El 18 de abril de 1994, el Bang Bang Club entra a Thokoza, el barrio negro más peligroso de Sudáfrica, situado a pocos kilómetros de Johannesburgo, donde eran tantos los muertos durante los enfrentamientos, que la policía dejaba los cadáveres tirados en la calle horas y horas porque, supuestamente, no daban abasto, estando a merced de jaurías de perros callejeros. Después de una discusión de Ken Oosterbroek con los peace-keepers (un cuerpo policial transitorio que se creó para controlar la violencia, tarea que realizaban sin ninguna eficacia), El Bang Bang Club se vio inmerso en un tiroteo policial en el que Marinovich fue malherido y Oesterbroek agonizaba en brazos de un fotógrafo colega, mientras Joao Silva los fotografiaba. Murió camino del hospital. Escribe Marinovich: “ No podía hacer otra cosa. A Ken le hubiera gustado ver las fotos al otro día. A fin de cuentas, Ken era el profesional consumado, el que les había enseñado que primero se sacaban las fotos y después se lidiaba con lo demás”.
Esa misma noche, Silva en un bar, borracho, destrozó varias cámaras y pensó en dejar la fotografía, mientras Carter, no paraba de gritar que esa bala debería haber sido para él. Sin embargo, al día siguiente, volvieron a Thokoza y fotografiaron el estallido más grande de violencia de toda la guerra civil, y último de esta magnitud.
Kevin Carter, fue aclamado en Nueva York cuando fue a recoger su Pulitzer, y ahora todo el mundo quería contratarlo. Pero ya, no sólo no era capaz de conseguir otra foto tan impresionante como la de la niña sudanesa, sino que, apenas era capaz de hacer fotos.
Tres meses después de recoger el premio, Kevin subió a su camioneta y conectó el tubo de escape a una manguera, cuyo otro extremo echaba los vapores dentro de la cabina herméticamente cerrada. La nota suicida, de más de ocho páginas, decía: “Estoy deprimido. [...] atrapado por imágenes de asesinatos y cadáveres, furia y dolor, niños heridos o muriéndose de hambre, hombres que aprietan el gatillo con alegría, policías y ejecutores... Voy a reunirme con Ken, si tengo suerte”. Quizá sus ojos habían visto demasiadas atrocidades y fue incapaz de soportarlo.
A finales de ese mismo año, meses después de la muerte de Carter, Joao Silva descubrió que algo en él había cambiado. Durante un bombardeo en Kabul, vio emerger de la polvareda a un hombre que llevaba a su hijo moribundo en brazos y pedía ayuda. Silva los subió a su coche y los llevó al hospital, donde el niño murió. “Hubiera tardado un segundo en sacarles la foto, pero no lo hice. En otro momento, hubiera fotografiado primero y quizá, sólo quizá, habría tratado de salvar al niño después. Nunca me había sucedido antes: de alguna manera, que ese chico muriera delante de mí hacía que todo los demás pareciera insignificante”.
“Nos sentíamos culpables. Nos sentíamos buitres. Habíamos pisoteado cadáveres, metafórica y literalmente, para ganarnos la vida. Y, a lo mejor, nuestras fotos marcaron una diferencia, mostrándole al mundo la lucha de la gente por sobrevivir, algo que de otro modo no hubieran conocido, o no tan nítidamente. Hubo momentos, donde fui culpable de no intervenir. Pero yo no tenía la culpa por los miles de hutus muriendo de cólera en el Zaire, ni por la policía abriendo fuego sobre civiles desarmados en Boipatong. El sentimiento de culpa quizá tenía que ver con nuestra incapacidad de ayudar. Manejar la culpa es fácil. Superar la incapacidad de ayudar es mucho más difícil, casi imposible. Hoy puedo decir que no sufrimos ni la centésima parte de lo que sufrió la gente de nuestras fotografías. Hoy puedo decir que no éramos responsables: solamente testigos”. Era el fin del Club del Bang Bang.
EL objetivo del Apartheid era separar las razas –por orden de jerarquía: Blancos, Asiáticos, Mestizos y Negros- tanto en el plano jurídico, con leyes para cada una, como en el plano geográfico, mediante la creación forzada de territorios diferenciados reservados para el uso exclusivo de cada grupo racial.
En 1984, cuando los disturbios en los municipios negros comienzan a darse diariamente, Carter, después de haber estado trabajando en una pequeña tienda de accesorios fotográficos y como reportero de fotos deportivas, termina involucrándose en el grupo de reporteros gráficos blancos que decidieron asumir la misión de dar a conocer al mundo los abusos y las barbaridades cometidas durante el Apartheid –tarea que hasta la fecha había sido exclusiva de los reporteros gráficos negros de Sur de África-.
A principios de los 90, para disminuir los riesgos del trabajo y poder recorrer en compañía las noches de las zonas “no blancas” sudafricanas buscando los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad del gobierno y las facciones negras, Kevin decidió trabajar codo con codo con otros tres fotógrafos, con los que mantenía amistad desde hacía años: Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y Joao Silva.
Los mejores corresponsales de guerra del mundo estaban ahí, pero las más vívidas imágenes las consiguieron estos cuatro fotógrafos sudafricanos, que llegaron a ser tan reconocidos por su manera arriesgada y descarnada de capturar la violencia, que una revista de Johannesburgo los bautizó como “El Bang Bang Club”. Hoy, dos de ellos están muertos, y los otros dos, Greg y Joao, publicaron en 2002 un libro contando su experiencia -“El Club del Bang Bang: Instantáneas de una guerra encubierta”-. (Los párrafos entrecomillados son sacados de este libro).
En 1993, Carter sintió que su carrera como fotógrafo estaba estancada y decidió financiarse un viaje al Sudán, al que le acompañó su socio y colega Silva, con el fin de trabajar en lo que era conocido como “El Triángulo de la Hambruna” en el Sudán meridional, donde el gobierno islámico estaba en guerra con las tribus Nuer y Dinka.
Llegaron a la aldea “Ayod” en un avión de Naciones Unidas cargado de comida. “Los pobladores hambrientos rodearon el avión, salvo aquellos demasiado débiles parar caminar, que esperaban sentados alrededor de un improvisado comedor”. Los dos vieron fotos por todas partes, así que se separaron por el campamento. Un rato después, Carter se acercó a Silva excitado, restregándose los ojos, pero no llorando y le dijo: “Le estaba sacando fotos a una nena arrodillada, que apoyaba la cabeza contra el suelo y, de repente, un buitre gigante se posó detrás de ella. Seguí disparando , y recién después espanté al buitre”. Cuando trató de mostrarle el lugar, no se veía el buitre por ninguna parte, pero la nena seguía ahí, vencida por el hambre. Ninguno de los dos la ayudó a llegar al comedor, que estaba apenas a cien metros, cuenta Silva en el libro.
“Carter vendió la foto al New York Times y ésta se convirtió en un símbolo de la hambruna, usada en infinidad de posters y campañas. Cuando se publicó, llegaron a la redacción miles de cartas preguntando qué había sucedido con la niña, qué había hecho el fotógrafo. Carter tuvo que confesar que no había hecho nada. Suponía, dijo, que se había levantado por las suyas y llegado al comedor”.
La foto no tardó en darle la vuelta al mundo, llegando a ser portada de la revista TIME, convirtiendo a Kevin en alguien muy popular al que querían fichar las más prestigiosas agencias fotográficas del mundo. No obstante, la foto despertó los viejos fantasmas del fotógrafo ( en su juventud había intentado suicidarse) y empieza a sentirse cada vez peor, al encontrarse ante un gran dilema ético. Su compañero Marinovich comenta en el libro que cree que los cuestionamientos lo estaban enloqueciendo.
El 12 de abril de 1994, el New York Times llama a Carter para comunicarle que ha ganado el Premio Pulitzer, pero le resulta imposible celebrarlo, él mismo decía... “Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella. No quiero ni verla, la odio”.
“Cuando Joao y yo estuvimos en Somalia en 1992, en medio de la hambruna, ninguno de los dos recogió un solo chico enfermo o agonizante, aunque vimos cientos. Los mirábamos morir y sacábamos fotos. Yo me sentí impotente cuando fotografié a un hombre cuyo último hijo se le estaba muriendo en sus brazos. Eran buenas fotos; la tragedia y la violencia son imágenes poderosas; por eso las pagan así. Pero algo de la emoción, de la empatía y la vulnerabilidad que nos hacen humanos se pierde cada vez que apretamos el disparador”.
Por aquel entonces... ninguno de los cuatro fotógrafos imaginaba que el Club tenía los días contados.
El 18 de abril de 1994, el Bang Bang Club entra a Thokoza, el barrio negro más peligroso de Sudáfrica, situado a pocos kilómetros de Johannesburgo, donde eran tantos los muertos durante los enfrentamientos, que la policía dejaba los cadáveres tirados en la calle horas y horas porque, supuestamente, no daban abasto, estando a merced de jaurías de perros callejeros. Después de una discusión de Ken Oosterbroek con los peace-keepers (un cuerpo policial transitorio que se creó para controlar la violencia, tarea que realizaban sin ninguna eficacia), El Bang Bang Club se vio inmerso en un tiroteo policial en el que Marinovich fue malherido y Oesterbroek agonizaba en brazos de un fotógrafo colega, mientras Joao Silva los fotografiaba. Murió camino del hospital. Escribe Marinovich: “ No podía hacer otra cosa. A Ken le hubiera gustado ver las fotos al otro día. A fin de cuentas, Ken era el profesional consumado, el que les había enseñado que primero se sacaban las fotos y después se lidiaba con lo demás”.
Esa misma noche, Silva en un bar, borracho, destrozó varias cámaras y pensó en dejar la fotografía, mientras Carter, no paraba de gritar que esa bala debería haber sido para él. Sin embargo, al día siguiente, volvieron a Thokoza y fotografiaron el estallido más grande de violencia de toda la guerra civil, y último de esta magnitud.
Kevin Carter, fue aclamado en Nueva York cuando fue a recoger su Pulitzer, y ahora todo el mundo quería contratarlo. Pero ya, no sólo no era capaz de conseguir otra foto tan impresionante como la de la niña sudanesa, sino que, apenas era capaz de hacer fotos.
Tres meses después de recoger el premio, Kevin subió a su camioneta y conectó el tubo de escape a una manguera, cuyo otro extremo echaba los vapores dentro de la cabina herméticamente cerrada. La nota suicida, de más de ocho páginas, decía: “Estoy deprimido. [...] atrapado por imágenes de asesinatos y cadáveres, furia y dolor, niños heridos o muriéndose de hambre, hombres que aprietan el gatillo con alegría, policías y ejecutores... Voy a reunirme con Ken, si tengo suerte”. Quizá sus ojos habían visto demasiadas atrocidades y fue incapaz de soportarlo.
A finales de ese mismo año, meses después de la muerte de Carter, Joao Silva descubrió que algo en él había cambiado. Durante un bombardeo en Kabul, vio emerger de la polvareda a un hombre que llevaba a su hijo moribundo en brazos y pedía ayuda. Silva los subió a su coche y los llevó al hospital, donde el niño murió. “Hubiera tardado un segundo en sacarles la foto, pero no lo hice. En otro momento, hubiera fotografiado primero y quizá, sólo quizá, habría tratado de salvar al niño después. Nunca me había sucedido antes: de alguna manera, que ese chico muriera delante de mí hacía que todo los demás pareciera insignificante”.
“Nos sentíamos culpables. Nos sentíamos buitres. Habíamos pisoteado cadáveres, metafórica y literalmente, para ganarnos la vida. Y, a lo mejor, nuestras fotos marcaron una diferencia, mostrándole al mundo la lucha de la gente por sobrevivir, algo que de otro modo no hubieran conocido, o no tan nítidamente. Hubo momentos, donde fui culpable de no intervenir. Pero yo no tenía la culpa por los miles de hutus muriendo de cólera en el Zaire, ni por la policía abriendo fuego sobre civiles desarmados en Boipatong. El sentimiento de culpa quizá tenía que ver con nuestra incapacidad de ayudar. Manejar la culpa es fácil. Superar la incapacidad de ayudar es mucho más difícil, casi imposible. Hoy puedo decir que no sufrimos ni la centésima parte de lo que sufrió la gente de nuestras fotografías. Hoy puedo decir que no éramos responsables: solamente testigos”. Era el fin del Club del Bang Bang.
**********
Nunca se ha dejado de discutir en los cónclaves de defensores de los derechos humanos y en las facultades de periodismo acerca de la posición ética del que tiene que informar. ¿Se aprovecha del horror o lo evita? ¿Espanta al buitre o toma la foto?
Me pregunto qué pasa por la mente de estos fotógrafos cuando fotografían tanta barbarie. Supongo que, como mecanismo de defensa, intentarán abstraerse de la realidad, e intentar no pensar en lo que están fotografiando; de forma similar a cómo los médicos, cuando están operando, dejan de pensar que están abriendo en canal a un ser humano y que su vida está en sus manos. Porque si no, creo que el dolor que te produciría ver imágenes tan dantescas, sería insoportable. Pero no lo sé. Y realmente, no me gustaría descubrir un día qué pensamientos pasan por tu cabeza en situaciones así.
No creo ser la persona más indicada para juzgar a Carter, ni tampoco para defenderlo. Yo, que vivo en la comodidad y el confort “de mi mundo” y que me limito, sin más, sentada en la más absoluta de las pasividades, a ver a diario estas imágenes en el telediario o en los periódicos, sin hacer nada, más que decir “joder, qué horror” y seguir comiendo, y al poco, cambiar de canal y olvidarme de lo que acabo de ver. Si me paro a pensar en qué es lo que yo hubiera hecho, al igual que todos, respondería.. “sin duda, yo, hubiera salvado a la niña!”. Pero creo que eso también es muy fácil y muy cómodo decirlo porque sé que las probabilidades que tengo de tener que enfrentarme a una situación así, son más que mínimas. ¿Cómo puedo juzgar lo que hizo o no un hombre que durante años arriesgó su vida para poder transmitir al mundo las postales del horror del hambre y de la guerra con el fin de despertar las conciencias? ¿Cómo puedo yo juzgar que no ayudase a una niña, cuando a su alrededor había cientos de personas en las mismas circunstancias? ¿Cómo juzgarlo por no hacer nada, cuando, yo, tampoco hago nada?
Al fotografiar a esa niña, que sólo importaba a su familia –si es que aún seguían vivos- Carter, al menos, consiguió dar un golpe a millones de conciencias que han visto la foto o escuchado la historia; si nunca la hubiera fotografiado, nadie se hubiera enterado del suceso. Si los fotoperiodistas no documentaran las atrocidades y las barbaries cometidas en las guerras y conflictos, el mundo sería menos consciente aún de que existen. Y, al fin y al cabo, ellos no son los culpables de las situaciones que fotografían, sólo son testigos mudos de la realidad.
Así que, realmente, ¿hasta qué punto es insensible o inmoral tomar esa fotografía cuando, tal vez, haya salvado más vidas él con su foto que todos los que debatimos si actuó bien o no?
Pero claro todo esto, en la teoría, está muy bien, lo de abstraerse de la realidad al presenciar tanto sufrimiento. Pero si bien, en el justo momento, el hombre es capaz de actuar de forma fría y racional, somos humanos y nuestras fuerzas flaquean y yo diría que es bastante difícil seguir manteniendo esa frialdad y racionalidad de por vida. Lo difícil, como decía Marinovich, está en saber superar esa incapacidad de ayudar (de ayudar concretamente a una persona), en saber convivir con ella. Dudo mucho que, aunque Carter hubiera llevado a la niña al comedor, hubiera sobrevivido. Nadie sabe si esa pobre niña murió ese día o 3 meses más tarde; para morir de hambre, hay que llegar a una situación muy extrema y un plato de comida, probablemente no hubiera solucionado demasiado. Pero claro, supongo, no lo sé, que lo que a Carter le atormentaba y no supo perdonarse fue el remordimiento de que, aun sabiendo que el futuro de la niña no era en absoluto alentador, no la tomó en sus brazos para darle siquiera algo de calor humano y de ternura en sus, probablemente, últimos momentos, no intentando salvarla o no ayudándola, al menos, a morir dignamente.
9 comentarios:
Me ha vuelto a impresionar como cuando la vi publicada en la prensa, la foto de la niña con el buitre esperando atacarla antes de que muera. Un foto tenebrosa y espeluznante, con tanta carga simbolica que acabo por desquiciar a su autor.
No se puede expresar con mas intensidad el horror de la hambruna.
No se puede acusar con mas fuerza la injusticia de la sociedad global.
Casi tanto me ha impresionado el trabajo de investigación que has realizado sobre la foto y todo lo que le rodea.
Has realiazado un perfecto retarato de la personalidad atormentada del autor.
Has diseccionado a la perfección el trabajo etico de un fotografo de prensa, poniendo en evidencia la deformación profesional de algunos que anteponen la foto al trato humano de la persona afectada por tantas desgracias y calamidades
En definitiva has reavivado con tu mensaje en el blog la conciencia dormida de los ciudadanos que vivimos sin sufrir las carencias de la pobreza, cuya vida se desarrolla en el confort y la seguridad de los paises ricos, donde un niño al nacer tiene una esperanza de vida de casi 80 años, mientras que en el tercer mundo menos de 20 niños de cada cien nacidos llegan a la pubertad, y su esperanza de vida con dificultad alcanza los 35 años.
Muy buen trabajo Angie
ANÓNIMO: Me alegro que te haya gustado tanto este post! personalmente, me ha resultado muy interesante y provechoso escribir sobre el tema. Y, con que a una persona, le haya resultado igual de interesante, ya me doy por satisfecha! Me encanta compartir en esta "mi ventana" con todo aquél a quien le apetezca todo aquello que me interesa y me inquieta.
Espero seguir hablando e investigando sobre cosas que os interesen. Mis fieles lectores no os mereceis menos! ;-)
Un afectuoso saludo!
Es duro pensar que la foto es lo realmente importante de la historia.
Sabes Marinera?Cuando tenia unos 16 años lei un libro que contaba una historia de un fotógrafo (quizás era basado en la misma historia)y aun recuerdo las sensaciones que tuve cuando lo leí, las mismas que he sentido ahora al leer este post.
En realidad no somos nadie para juzgar lo que este hombre hizo, y estoy totalmente de acuerdo en eso que dices que quizás su actitud y su trabajo sirvió para remover un poco miles de conciencias.
Quizás sólo por eso mereció la pena hacerla o quizás no.
Gracias por lanzar estas reflexiones, me ayudan a pensar.
LEPRECHAUN: bueno, mejor pensar que lo importante de la historia no sea la foto en sí, sino todo lo que se esconde detrás de ella, en el sentido de que si la foto puede remover la conciencia de alguien, y conseguir que te haga reflexionar un poco y pueda llegar a ser un motivo que te haga abrir los ojos a esta realidad que nos es tan lejana para intentar hacer cosas, aunque solo sea en tu entorno, pues al menos, la foto ya ha servido para algo provechoso. Gracias por participar. Un abrazo!
ANÓNIMO: Gracias a ti por leerlas, mi querida americana! yo creo que sí mereció la pena la foto, porque removió muchas conciencias en su momento y, por qué no, hoy. Otra asunto, como he comentado en el post, es el tema de los remordimientos y moralidad o no de ayudar o no a la pequeña.Gracias a ti también por enqriquecer mi blog con tus comentarios y opiniones. Un abrazo!
La verdad impresionado. Estaba con mi vieja, discutiendo sobre las injusticias de la vida, las realidades que vivimos, y como estando en una posicion "comoda" nos hacemos distante de esas realidades, no logramos tener piel, y es que simplemente se necesitan vivir esas situaciones para realmente sentir conciencia extrema de esa situación.
Entre tanto salió el tema de la foto esta del buitre y tuve la curiosidad de buscarla y me topé con esta historia y reflexión realizada por vos, que la verdad me parecio muy buena y sincera.
Formamos parte de una humanidad con sus lados oscuros, a veces encontramos personas como Kevin que nos intentan mostrar la realidad, una realidad a la que estamos muy distantes, pero que en fin es la realidad. No estoy en mis mejores momentos de inspiración porque mi hermana acaba de perder su bebe. Pero siempre hay alguien que sabe porque suceden estas cosas.
Nada más decir que me parecio bastante interesante tu blog y que te ganaste un visitante más.
Saludos
PEDRO PREZ: Sí, la primera vez que vi la foto, yo también me quedé impresionada. Me alegro que te haya gustado mi investigación sobre la historia, así como la reflexión que hice de ella. Si fueramos más conscientes de las cosas que pasan en nuestro alrededor (cercano y lejano)y no nos preocupáramos solamente de mirarnos el ombligo, quién sabe, quizá otro gallo cantaría!
Por otro lado, no sé si habrá alguien o no que siempre sabe por qué pasan las cosas, a veces, puede que no, y lo único que nos queda es la resignación y aceptar que algo ha pasado, sin más, porque si no, uno puede pasarlo peor aún. Siento lo de tu hermana, bien sé que se pasa mal!!
Tdo un lujo ganarme tu asiduidad en mi blog! jejeje! las puertas están totalmente abiertas cuando quieras! Y ni que decir tiene que entraré a leer y comentar en tu blog en cuanto tenga un rato! :DDDD
Un saludo!Angie.
Angie:
Firmaría como mío, aunque creo que no podría hacerlo tan apropiado como él, el comentario d el primer anónimo -no el "money maker".
Me impresionó tu dedicación para documentar tan exhaustivamente el caso de Kevin Carter pero mas me impresionó tu balanceada opinión sobre el asunto.
Antes de venir por acá le escibí a Dull -el visitante a mi blog que te precedió- que yo le estaba agradecido a gente como Carter por sacudir nuestras cómodas conciencias y veo que coincidimos. De hecho, coincidiría con casi toda tu reflexión.
Te saludo al estilo mexicano
(brindo por ti con un "caballito" de tequila.
DONBETO: Muy bienvenido tú también a mi bló!! :D
En un primer momento, no tenía pensado documentarme tanto pero luego, a medida que iba avanzando, me fue interesando más el tema y quise ahondar un poco más en la historia de este hombre y el contexto social y político en que tuvo lugar.
Por cierto que hace poco logré encontrar el libro que escribieron (que esta descatalogado ya) en una biblioteca y tengo en mente sacarlo en breve y leérmelo estas Navidades; pienso que tiene que ser un libro bastante interesante.
¿balanceada mi opinión? si? concretamente por?
Yo le agradezco la foto a Carter, por lo que hemos dicho todos, consiguió despertar muchas conciencias y que esta sociedad no mire a un lado ante horrores como éste (y muchos otros que azotan al mundo)! Es necesaria la labor de los fotoperiodistas.
Y al plantearme la pregunta de qué hubiera hecho yo, lo primero que me sale contestar (como a todos) es que yo hubiera ayudado a la niña, pero eso es facil decirlo, aqui sentada en el ordenador. Me pongo en su lugar, y puedo llegar a entender a Carter. Entender también la impotencia de no poder a ayudar a tanta gente que necesita ayuda; entender cómo, sin darnos cuenta, podemos actuar de una forma fría en situaciones como esa, probablemente, como mecanismo de defensa (como si verlo detrás de un objetivo disfrazara la realidad, no sé) y, por supuesto, entender también que, finalmente, tanto horror que vieron sus ojos le terminó pasando factura! porque, a menos que uno sea un asesino desalmado, ver todo ese sufrimiento del ser humano, forzosamente tiene que provocar algo en uno, un sentimiento! El cazador acabó siendo cazado por él mimo.
Lo que quiero decir con todo esto, es que entiendo todas y cada una de las vertientes de esta situación. Y quizá si nos viéramos en la situación de Carter, hubiéramos hecho lo mismo, y quizá, probablemente, después los remordimientos nos hubieran corroido.
No, no me atrevería a juzgarlo por haber hecho esa foto. Yo me alegro que la hicera.
Muchas gracias por tu visita y por compartir tu opinión conmigo. Yo también me volveré a pasar por tu bló a leer más escritos tuyos.
Un beso. Angie.
Publicar un comentario