No sé quién o qué confabulará a nuestro favor cuando, por arte de birlibirloque, algo en nuestra vida sale a pedir de boca, simplemente, porque estábamos en el momento justo en el lugar oportuno.
No es que yo crea firmemente en esto de las cosas del destino, que todo está escrito y todo eso. La verdad es que cuando lo pienso, casi siempre acabo declinándome por la teoría de que el destino se lo va labrando uno a base de currárselo, que las cosas buenas no vienen porque sí (y sunpongo que a veces, incluso las malas, tampoco). Pero el caso es que, a veces, no soy capaz de encontrar una explicación que vaya más allá de eso: que el destino nos lo tenía reservado y, simplemente, los derroteros del camino nos colocaron en el lugar adecuado justo en ese momento.
Supongo que esto de las cosas del destino da para muchas opiniones diferentes, igual que todo en la vida. En el fondo no sé qué creer, porque con algunas cosas que pasan o me pasan pienso que sí, y con otras que no. Pero desde luego, sea cosa del destino o no, de algo de lo que me he alegrado en los últimos días, es de estar en el momento justo en el lugar adecuado.
Resulta que, en los últimos meses (desde ese dichoso mes de mayo) he estado bastante pero que bastante fastidiada (muchos de los que me conocéis, lo sabéis) con la espalda, por culpa de una lumbalgia que me dio, que no se me quitaba (bueno, con una lumbalgia y con dolores en toda la espalda). Desde entonces, he estado de médicos, haciéndome radiografías, rehabalitación, natación, bla bla bla... ; y nada, que no se me quitaba. El asunto ya me tenía un poco desesperada...
Hace poco, me tocaba revisión (que por cierto la estúpida que me atendió no me trató nada bien...). Y salía yo nada contenta con el asunto cuando... me encontré con un vecino (al que hace años que no veía) que resulta que es traumatólogo y atiende la consulta justo al lado de la que me tocaba a mi. Total, que me pasé por su consulta al día siguiente. Estuvo viendo mi expediente, me reconoció y me dijo que lo que tenía era un esguince lumbar que, probablemente, me había hecho en el gimnasio. Lo único que me hizo fue tenderme en la camilla y crujirme la espalda para un lado y para otro (que, por cierto, me dio el repeluco más grande de mi vida...) (y dejaré de lado el hecho de que al médico que me había estado viendo hasta entonces, no se le hubiera ocurrido hacerme eso...) y... bualá! empezó a dejarme de doler la espalda, y eso fue hace ya 15 días! Yo estoy que casi no me lo creo! que no lo quiero decir muy alto, no vaya a ser que me empiece a doler otra vez...(espero que no! ). dentro de dos semanas, voy a verlo de nuevo, para ver cómo evoluciono; espero estar totalmente recuperada!
Así que, yo no sé si fue cosa del destino que la casualidad me hiciera cruzarme por el pasillo con mi vecino, pero me alegro no sé ni cuánto de haber estado en el momento justo en el lugar oportuno! y, ni que decir tiene que, eternamente agradecida a mi vecino por acabar con mis dolores de espalda!!!
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